En estas semanas sentí muy a mano la emoción del enojo y sus diferentes matices: molestia, ira, algo de furia, un poco de bronca. Y en ese registro encontré que estaba pasando algo que no quiero o no elijo para mi vida.
Eso que pasó fue que estoy trabajando – por diferentes motivos – más horas de las que quisiera. Fueron semanas intensas para el ritmo que quiero.
Lo primero que apareció fue el enojo: esto no debería estar pasando, no quiero esto. Después vino la mente a explicar todo. Pude ponerle palabras a lo que sentía. Que era por un tiempo. Que había nuevos proyectos que empezaban. Que el equipo me necesitaba más cerca. Que. Que. Que.
Después lo sentí en el cuerpo: mi voz subía de volumen, mi cara se ponía roja, mi corazón aceleraba su ritmo. Sentí ganas de gritar. Lo hice. Grité un rato. ¿Qué pasó después? Me sentí más tranquila, mi respiración se fue aquietando de a poco. Mi cuerpo volvió a estabilizarse.
Este proceso de validar mi emoción, de ponerle palabras, de pasarla por mi cuerpo, de sacarla de mi cuerpo, me dio algo de paz. Me trajo consciencia: ¿elijo trabajar más horas en este tiempo? ¿Estoy dispuesta a dedicarle más horas a nuevos proyectos? ¿Prefiero trabajar menos y darle más espacio a otras posibilidades?
Preguntas y respuestas que no son estáticas. Puedo cambiar. Puedo elegir. Puedo ir y venir.
Este ejercicio de escucharme, de traerme a este presente me dio algo que juzgo clave para mi vida: aceptar lo que está siendo, así como es.
Acepto y elijo trabajar más horas por un lapso de tiempo acotado. Acepto y elijo dentro de un tiempo observarme, qué siento, de qué tengo ganas, qué necesito, qué puedo, qué elijo.
Encontrar mi propio ritmo. Elegir cada día. Y recalcular las veces que sea necesario. Así.
Te y me regalo la capacidad de poder observarnos sin miedo. Validar lo que sentimos es el camino.
Fuente: Zelmira Kroselj, directora de Zelmira K Comunicación y Coach Ontológico Fundación Protagonista de Cambio.
