#MalDeAmores: Él, el eterno seductor o Donjuán, obsesionado por conquistarla; cuando lo logró, la reemplazó por otra - Revista Para Ti
 

#MalDeAmores: Él, el eterno seductor o Donjuán, obsesionado por conquistarla; cuando lo logró, la reemplazó por otra

Lorena Pronsky es Licenciada en Psicología y autora de varios bestsellers donde trata temas como el dolor, la angustia, las pérdidas, y el abandono. Desde esta columna nos habla de relaciones tóxicas con historias de la vida real. Esta vez, el complejo de donjuanismo o el eterno seductor.
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Esta es la historia de Julia. Una mujer de 35 de años, casada con Lisandro, gerente del banco en el cual ella trabaja como contadora hace unos ocho años. Allí se conocieron, y luego de un tiempo donde compartieron algunos eventos en común y algunas charlas cotidianas, Lisandro, le propuso salir a cenar. Desde ese mismo día, decidieron dar comienzo a una relación que se gestó de manera muy pacífica. Julia y Lisandro encajaron como dos piezas de un rompecabezas que se consolidó en una hermosa y gran fiesta de casamiento.

Tenían una rutina agradable, donde compartían los mismos intereses laborales y sociales. Las familias de ambos se llevaban muy bien y tenían planes a un futuro no muy lejano de ampliar la familia con la búsqueda de un niño. Sin embargo y más allá del ambiente saludable que los rodeaba, tenían conflictos como en toda pareja.

Julia, solía padecer la falta de iniciativa por parte de su marido a la hora de generar propuestas novedosas y tiempo para el disfrute, ya que su obsesión por el trabajo, lo dejaba un poco al descuido de su reciente matrimonio. Una vida sexual convencional y salidas a lindos restaurantes, teatros y conciertos eran las propuestas que Lisandro prefería para agasajarla. Propuestas que, si bien Julia aceptaba sin demasiadas vueltas, la aburrían de forma silenciosa una y otra vez.

Julia, era una mujer extremadamente bella, con un cuerpo envidiable y una simpatía que enamoraría a cualquier hombre y que a pesar de los vacíos que dejaba su marido, nunca se le había ocurrido mirar hacia otro lado. Los diez años que le llevaba Lisandro, le daba la idea de estar con un hombre con características paternales, que la cuidaba como si fuera una hija más que como la mujer sensual que era dándole una sensación de seguridad y confort en detrimiento de una pasión claramente adormecida.

La mirada de un cazador incurable a la expectativa de su mejor presa

En cuanto a Lisandro, era un hombre muy deseable para el resto de las mujeres. Fiel, honesto, bastante introvertido, portador de un físico privilegiado, un gran estatus económico y una posición laboral destacada, convertían a esta pareja en una imagen envidiable a la imagen de cualquiera.

Sobre todo, a la mirada de un cazador incurable a la expectativa de su mejor presa como lo era Ernesto. Y cuando digo mejor presa, estoy haciendo referencia al grado de complicación que llevaba Julia para ser conquistada. Complicación que era un perfecto deleite en las garras de un perfecto Don Juan.

Ernesto había entrado a trabajar al banco, hacía poco más de un año y si bien su función no tenía nada que ver con la de Julia, por algún motivo siempre terminaban conversando en los break, que casualmente comenzaron a coincidir de manera paulatina. Ernesto trabajaba en atención al cliente, y como algunas cosas se le escapaban en materia de contabilidad, las lograba transformar en sutiles excusas para mantenerse en contacto con Julia: una especialista en el tema.

Estos intercambios se terminaron haciendo cotidianos, y a veces se extendían fuera de la jornada laboral. Con el tiempo se fue creando de maneras imperceptible para Julia, pero bien programada para Ernesto, una tensión extraña, pero sublime entre los dos, quienes a pesar de eso, nunca habían cruzado la línea.


Ernesto siempre fue muy cuidadoso. Esa prudencia, revestida de un interés intermitente intencional (un día se mostraba sumamente pendiente de su presencia, y al otro, se lo notaba con la energía depositada en cualquier otra cuestión) dejaba entrever un dejo de interés que Julia no terminaba de confirmar. Esta ambivalencia que lo volvían impredecible, mantenía en un estado de alerta y ansiedad a Julia.

Por supuesto que no solo eso convocaba la atención de ella, quien cada vez sentía más ganas de compartir esos diálogos tan llenos de magia. Claro que no. Es que Ernesto, era un tipo muy carismático, un hábil conversador, apto para cualquier tipo de temática, agradable, simpático, servicial, notablemente bello y divertido. Impecable de pies a cabezas, dejando el olor a ese perfume tan propio de él, en todos los huecos por donde pisara, lo convertían sin lugar a duda un hombre terriblemente seductor.

Ernesto logró tener la llave de la vida íntima de su presa

En cada break que compartían con Julia, lograban afianzar la relación al punto tal que ambos terminaron hablando de su vida afectiva. En un rapto de sinceridad, propiciado por la confianza que iban adquiriendo, Julia le contó algunas dificultades de su relación con Lisandro. Detalles tales como el grado de insatisfacción que venía teniendo en algunas áreas de su matrimonio, dejando en claro, que por nada del mundo le pensaba ser infiel o separarse y que apostaba a que los cambios vayan surgiendo de a poco, Ernesto logró tener la llave de la vida íntima de su presa.

Él, con su escucha atenta y paciente, demostrando mucha empatía al respecto, podía aconsejarla de forma piola, logrando con el correr del tiempo, forjar un lindo vínculo. De a poco empezaron a tener conversaciones interesantes por chat, o a veces la pasaba a buscar por su casa mientras que Lisandro estaba de viaje. Se divertían mucho y la trataba de una forma muy especial haciéndola sentir algo que no sentía cuando estaba con Lisandro: Julia no solo se sentía especial a los ojos de Ernesto, sino que se sentía la MÁS especial.

Con Ernesto todo era placer, sentirse admirada, enaltecida con sus comentarios, endulzada con todo eso que le encantaba escuchar y que Lisandro parecía no tener en el repertorio de su vocabulario. Ciertamente Ernesto, hacía sentir a Julia, como LA mujer. Durante meses estuvieron así, y el a pesar de la primera advertencia, Ernesto dio un paso más largo y se animó a decirle de forma muy tímida, que se estaba enamorando.

"Siento que me estoy enamorando de vos, Julia. Me avergüenza decirlo, creeme que no quiero arruinar tu relación y mucho menos favorecer la crisis que estás teniendo. Por eso no quiero forzar las cosas. Quiero lo mejor para vos, y si lo mejor para vos es que dejemos de vernos, lo voy a hacer. Mi hermosa Julia. Sos mucho para mí. Sos mucho para cualquiera. Lamento que él no pueda apreciarlo".

Los encuentros se volvieron más frecuentes y por supuesto que clandestinos, y las conversaciones más profundas y erotizantes a los oídos de Julia, quien, en detrimento de su relación con su marido, quedaba tiesa cada vez que miraba de reojo a Ernesto. La manera en que se relacionaba con el resto del mundo era digna de apreciar.

Es que así era Ernesto: un tipo capaz de seducir todo lo que se le cruzaba por el medio, sin descuidar por un solo segundo a la mujer que tenía enfrente, o, mejor dicho, entre ojos. Hasta que un día, después de mucho tiempo, que lejos de impacientar a Ernesto, le daba un goce evidente propio del proceso de conquista calculado, pensado, estudiado y manipulado, Julia movida por deseo irrefrenable, decidió confesarle lo que le estaba pasando.

"Ernesto, siento mucha culpa por lo que te voy a decir, pero yo también siento estar enamorándome de vos. No lo puedo evitar. No sé qué hacer". Lejos de demostrar entusiasmo, Ernesto no dijo nada. Solo le dio la calma que ella necesitaba sentir. Fue entonces que el sábado siguiente, sabiendo que Lisandro estaba de viaje, la invitó a su casa para conversar tranquilos.

Ni bien abrió la puerta, la recibió con una copa de vino en la mano, y con una sutil sonrisa, la hizo pasar. Estaba la comida preferida de Julia servida en la mesa, adornada con dos velas y el grupo de música que Julia solía tararear, sonaba de fondo para terminar de decorar esa incipiente noche.

Comieron, bebieron, conversaron, se rieron y cuando Julia propuso hablar sobre el tema que los convocaba, Ernesto se acercó muy lentamente para tomarla de la mano y pedirle, sin decir una sola palabra, que se levante de la silla.

La miró, la acarició, le corrió el pelo del cuello, y la besó como nunca nadie antes lo había hecho. Hicieron el amor mientras de manera constante le recordaba lo enamorado que estaba de ella desde el primer día que se vieron una y otra vez, prometiéndolo de hasta quedarse dormidos en esa cama que olía al hombre del cual sin ninguna duda Julia, se había enamorado, una vida llena de promesas por cumplir.

Una noche de película romántica vivida en primera persona que culminó en una de terror al despertar a la mañana. Fue el primer rayo del sol pegándole en la cara a Julia que la sacudió de la cama. Ni bien abrió los ojos pudo ver de refilón a Ernesto, quien se acababa de dar una ducha rápida y se estaba cambiando para dar comienzo a su rutina diaria.

Se acercó a la cama donde estaba Julia aun intentando despertar, le dio un beso seco, frío, en la frente y sin mucho reparo le comunicó que en una hora tenía que estar en la casa de la madre porque le había prometido ir a desayunar con ella. Mientras tanto, y en el recorrido que hacía de la habitación a la cocina para terminar de ponerse las zapatillas, prometió llamarla al día siguiente y pautar un nuevo encuentro con el tiempo que se merecían los dos para hablar de aquello que finalmente dejaron el tintero.

"Ahora, es imposible, se me hace tarde. Mañana te llamo, ¿puede ser?". Con la promesa de una llamada que nunca ocurrió, con un vínculo que había desaparecido de la noche a la mañana, humillada, vacía, y sin explicaciones, Julia nunca logró tener una sola respuesta coherente de la boca de Ernesto al respecto.

"Lo lamento Julia, nos dejamos llevar por lo que sentíamos, pero los dos sabemos que vamos a sufrir, y ninguno de los dos quiere eso. ¿Verdad? Hoy duele, lo sé. Pero mañana me lo vas a agradecer".

Mientras que Julia intentaba cerrar una historia que recién estaba comenzando, Ernesto estaba coqueteando sin ningún tipo de escrúpulos con una compañera de trabajo, a quienes Julia, solía cruzárselos en el bar que quedaba frente al banco. Situación que tenía que silenciar porque tampoco podía quedar en evidencia frente a nadie que conociera a su esposo. El silencio al cual se veía sometida Julia era una dato no menor con el que evidentemente contaba Ernesto para manejarse de manera tan impune frente a sus propios ojos.

Ernesto nunca dejó a Julia. La descartó como si fuera un objeto. Y la verdad es que así lo hizo, porque eso era lo que significaba para el: un objeto más de su colección, objetivo logrado, objetivo cumplido, razón por la cual no tenia ningún motivo para dedicarle un solo segundo más de su tiempo.

Un hombre adicto a la conquista: seducción, engaño y huida

Ese es nuestro Don Juan de la historia. Un hombre adicto a la conquista, que actuó de manera intencional en tres claras fases: seducción, engaño y huida. A pesar de lo aparente, no fue el acto sexual lo trascendente para Ernesto. El sexo, como fuente de placer fue secundario a su único objetivo: la conquista.

Es que de eso se trata el amor para un Don Juan: algo fulminante, que como tal puede durar unos días, incluso unas horas. Es un amor que se empieza a agotar en el mismo momento en que se logra. Un experto coleccionador de mujeres poderosas y complicadas, que cuanto más complicada sea de conseguir, más esfuerzo pondrá el Don Juan para lograr seducirla.

En ese sentido, Julia resultó ser un imán para Ernesto. No solo fue la belleza externa lo importante, sino que su valor estaba dado por la posición social y laboral en el banco en el cual ambos trabajaban, coronando la complicación evidente la alianza dorada en el dedo de Julia lo que terminó siendo la frutilla del postre.

El perfil psicológico de este personaje, representado en infinidad de obras artísticas, es el de un individuo disipado, jugador, pendenciero, infiel, mujeriego. En rigor, es considerado un trastorno de la personalidad narcisista que se caracteriza por la compulsividad de conquistar sentimentalmente a otra persona con el fin de poderla manipular y así, satisfacer una o varias de sus necesidades.

El Don Juan es claramente un seductor infiel, pero es el alto grado de insatisfacción permanente, propio de la histeria, lo que hace colocarlos en una búsqueda eterna de emociones superficiales sin encontrar ni disfrutar jamás de la experiencia del enamorado.

Son personas con altísimas habilidades sociales, en las que se apoyan para llevar a cabo su cacería. Dueños de una empatía superficial, carismáticos, de una labia precisa y adaptada a cada contexto particular, extremadamente simpáticos y el conocimiento de la psicología femenina, le permite dar a cada mujer lo que cada una necesita escuchar. Poseedores de una paciencia infinita, no apuran la consumación de su meta, sino que por el contrario, disfrutan del proceso de seducción segundo a segundo , volviéndolos altamente atractivos para el resto de los mortales, ya que muestran una seguridad y una integridad subjetiva digna de admirar.

Sin embargo, esa es su fachada. Fachada que esconde una gran baja autoestima, un frágil ego que solo logran aumentar y reafirmarlo cada vez que activan su conducta de conquista. Una vez que logran el cometido, pierden inmediatamente el interés y buscarán otra persona con la cual darán un nuevo inicio al ciclo de la seducción revestidos en el fondo por una intensa necesidad de admiración, para potenciar sus sentimientos de grandeza y prepotencia.

Es en el intento de probar su virilidad y atractivo sin temor a las consecuencias que logran alimentar un ego herido y sobre todo para despertar la envidia del resto de los hombres. Y para esto utilizaran la mentira, la deshonestidad y el engaño como armas de manipulación y así sacar lo que de cada presa estaban buscando de manera consciente.

En definitiva, Don Juan es desafío, burla y desprecio a la mujer que una vez conseguida es abandonada. Una vez lograda la conquista huye de la escena del crimen como el asesino, debido a que esta pierde su valor precisamente porque se vive como una posesión y no como una relación entre dos en la que no se posee a nadie, sino que se basa fundamentalmente en dar y compartir.
Ninguna culpa cabe a la victima de estos terroristas del amor, que solo logran darse cuenta de su trastorno una vez que ya dejaron su marca.

Nada por hacer hacia atrás, solo quedará comenzar el camino de la reconstrucción de una autoestima dañada producto de una estafa emocional de alguien que solo, utilizó la mentira, el engaño, y la manipulación, para tocar la campana de su único objetivo: llevarse un trofeo más a casa. Un verdadero impostor emocional que luego de estudiar meticulosamente a la víctima y conocer las hendijas por donde deberá ingresar para obtener su atención, solo necesitará a base de ensayo y error.
Un día para enamorarlas
Un día para abandonarlas

Dos para sustituirlas y
Una hora para olvidarlas….

Fuente: Lorena Pronsky es licenciada en psicología, autora de varios bestsellers y conferencista. Su IG: @lorenapronsky

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