El argentino Daniel Rossi fue modelo internacional en los años 90, desfiló para Jean Paul Gaultier, compartió escena con Kate Moss, filmó con Madonna y recorrió el mundo en la cima de la industria de la moda. Pero detrás del brillo, también vivió una batalla silenciosa con las adicciones y una búsqueda profunda por reconstruirse. En esta entrevista con Para Ti, abre su corazón para contar su historia sin filtros, con la misma honestidad con la que hoy escribe sus memorias.
- ¿Cómo fueron tus comienzos en el mundo del modelaje y qué te llevó a dar ese paso?
- Mi comienzo en el modelaje fue bastante inesperado. En Argentina, jamás se me había ocurrido ser modelo. Yo trabajaba como vendedor en un local de ropa en Buenos Aires y tenía un amigo que era veterinario pero también estudiaba fotografía. Un día me hizo unas fotos y las llevó a la agencia de Ana María Ferreira, aunque nunca me respondieron.
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Después me fui a vivir a Miami con unos amigos, simplemente a probar suerte y ver de qué se trataba esa ciudad. Trabajábamos de noche en un boliche, recogiendo vasos y botellas para que la gente no se lastimara. Y un día, mientras caminaba por la playa con una víbora de más de dos metros, que usaba para hacer fotos con turistas, se me acercó una mujer que quería usar la víbora en unas fotos. Se la presté, y después me preguntó si no quería hacer fotos de manera profesional.
Resultó que esa mujer era Ellen Von Unwerth, quien en ese momento hacía la campaña de Guess. Al día siguiente, me llevó a una agencia de modelos. Yo tenía solo dos o tres fotos, esas que me había hecho mi amigo en Buenos Aires, y las presentamos. Las mandaron a Nueva York, París, Milán… y ahí empezó todo a moverse. Después llegó la campaña en Nueva York, más adelante lo de Madonna, y los desfiles tanto en Nueva York como en París. Así fue como todo empezó a rodar: sin planearlo, pero con muchas ganas y mucho trabajo.

- ¿Qué recuerdos tenés de tus primeros trabajos en la industria de la moda, tanto en Argentina como en el extranjero?
- Tengo muchos recuerdos, algunos muy puntuales que ya mencioné antes. Uno que nunca me olvido fue una producción de fotos que hice con Raquel Welch. La hicimos en una casa rodante enorme, muy lujosa, que habíamos alquilado en Miami Beach. Nos dirigimos a una zona rural, con ranchos y caballos. Durante el trayecto yo iba sentado al lado de una mujer muy elegante, de unos 50 años, que me pareció divina, aunque en ese momento no sabía quién era.
Cuando llegamos al lugar, empezamos a hacer fotos en un rancho, jugando con un látigo, un sombrero… y la fotógrafa disparó como 1200 fotos. Era una técnica muy audaz, muy distinta a lo que yo conocía. La mujer, que al principio estaba un poco tensa —seguramente por cuidar su maquillaje o por nervios—, se fue soltando y terminamos disfrutando muchísimo el trabajo. Fue una experiencia que me marcó.
Otro recuerdo fuerte fue mi segundo trabajo importante, en Nueva York. Llegué sin hablar inglés, y estaba alojado en un hotel. Apenas llegué, conocí a una chica joven, tenía 17 años, hablaba algo de español y nos pusimos a jugar al pool en el salón. Era muy simpática, me hizo sentir cómodo enseguida. Al rato fui a mi habitación para cambiarme y salir a cenar, pero no encontraba mi ropa: habían perdido mi valija. Estaba bastante desesperado y bajé a recepción a pedir ayuda. Y ahí apareció de nuevo esta chica, preocupada por mí.
Después me enteré que se trataba de Kate Moss. En ese momento recién empezaba su carrera y era novia del fotógrafo Mario Sorrenti, que estaba haciendo la campaña de Dolce & Gabbana. Gracias a ellos me mandaron ropa de la marca para poder vestirme durante mi estadía en Nueva York.
Kate fue muy amable conmigo. Estuvo a mi lado casi todo el tiempo, me acompañaba, salíamos a comer, incluso me llevó a probar comida callejera en Chinatown. Fue una compañía muy linda y eso hizo que viviera ese primer trabajo en Nueva York con mucha más tranquilidad y alegría.
Otro de los recuerdos más lindos que tengo fue haber conocido a Jean Paul Gaultier. Con él me hice muy amigo. Me llamaba siempre para sus colecciones, tanto de verano como de invierno. Tenía una generosidad enorme: me regalaba remeras divinas, ropa que usábamos en las pasadas… cosas únicas.
Trabajé muchas veces con él y también con Naomi Campbell, que era una de sus modelos fetiche. Mi francés en esa época era bastante básico —ahora entiendo mucho más de lo que puedo hablar—, pero igual nos comunicábamos. Jean Paul era un tipo increíble. Muy cálido, muy humano. Me acuerdo que estaba en pareja con el gerente de la marca, y aun así él era el número uno, sin dudas. Tenía un magnetismo y un talento impresionante.
Los castings para sus desfiles eran multitudinarios. A veces había hasta 1200 chicos esperando su oportunidad. Me acuerdo de una vez, subiendo por una escalera para un desfile de él, me crucé con Iván de Pineda, que recién empezaba su camino en el modelaje. No sé si él se acordará, pero fue un momento muy especial porque yo ya tenía experiencia y verlo a él en sus primeros pasos me trajo muchos recuerdos.
Después de eso, repetí muchas veces el circuito de desfiles. Siempre había algunos diseñadores puntuales que me llamaban sí o sí, especialmente los más vinculados a la alta costura, que era un poco distinto al mundo más comercial. Esos eran los desfiles que más me gustaban: tenían una estética cuidada, otra energía. Y ahí es donde me sentía más cómodo.
El videoclip con Madonna: entre la ficción y la intimidad
- Participaste en el videoclip "Rain" de Madonna. ¿Cómo surgió esa oportunidad y cómo fue la experiencia de trabajar con ella?
- Sí, es verdad, participé en el videoclip de Madonna, en el tema Rain. Siempre me causa un poco de gracia cuando me preguntan eso de forma tan estructurada, porque en realidad fue una experiencia bastante intensa… y con varios giros inesperados.
En un principio, me habían convocado para otro video de Madonna, que se llamaba Fever. Pero luego empezaron a cambiar los directores, el enfoque del videoclip, hasta que finalmente también me cambiaron de proyecto. El director definitivo fue Mark Romanek, que terminó haciendo Rain, y yo seguí siempre ahí, entre los nombres propuestos. A pesar de todos esos cambios, nunca me sacaron del elenco. Siempre estuve como uno de los protagonistas.

La experiencia fue linda, aunque demandante. Filmamos durante varios días en un hangar de aviones, dentro de un aeropuerto en Los Ángeles. Había más de 100 personas trabajando al mismo tiempo, desde muy temprano a la mañana hasta entrada la noche. Era un gran despliegue de producción.
Entre tanto trabajo, yo aprovechaba mis ratos libres para escaparme un poco. Me iba a un bar donde hacían baile country, y me divertía viendo cómo bailaban todos sincronizados, perfectamente alineados. Me pedía una cervecita y me quedaba ahí, observando. Todavía no era alcohólico, así que era solo para relajarme un rato. Fue una época intensa, pero también muy divertida.
- ¿Podés compartir cómo fue ese vínculo y cómo influyó en tu vida personal y profesional?
- La relación con Madonna fue una experiencia que se dio de una manera muy particular. La conocí en el marco de un trabajo, pero lo que terminó pasando entre nosotros fue algo completamente distinto a lo que imaginaba. La agencia de modelos me advirtió: “No mezcles trabajo con relaciones personales”. Pero a mí, sinceramente, me importó más la relación.
Creo que es la primera vez que lo digo con tanta claridad: me gustó como mujer. Yo tenía 20 años, y ella, 32. Y en ese momento, el trabajo no era una prioridad para mí porque era apenas mi segundo o tercer trabajo importante. No tenía dimensión de lo que eso podía representar para mi carrera. De hecho, hasta el día de hoy, a veces sigo sin darme cuenta.
Nunca estuve con ella buscando un beneficio profesional. Las cosas se dieron de la mano: el contrato ya estaba, el trabajo ya existía. Y si bien después todo eso se difundió y me abrió muchas puertas en la industria, lo que más me marcó fue lo personal, lo íntimo.
A veces me pregunto qué hubiese pasado si no hubiese estado tan mareado, tan envuelto por todo eso que ocurrió tan de golpe. No solo con esa relación, sino con muchas otras cosas que en ese momento no pude procesar del todo. Me costaba parar, sentarme y ver con claridad.
Creo que es algo que tiene que ver con mi personalidad: siempre estuve lleno de estímulos, de cosas pasando al mismo tiempo. Hoy intento estar más presente en los vínculos, poner los pies sobre la tierra. Aprendí que lo más importante es eso. Si lo demás tiene que llegar, llegará. Y si no, saldré a buscarlo. Pero el eje, hoy, son los vínculos.

“Quise morirme tomando”: su crudo testimonio sobre las adicciones
- En entrevistas anteriores, mencionaste haber enfrentado problemas de adicciones. ¿Cómo comenzó esa etapa en tu vida y qué factores creés que contribuyeron a ello?
- Sí, yo hice una entrevista en el año 99 o 2000 para una revista muy conocida, que era más del ámbito político, con otro tipo de enfoque. En esa nota, que se tituló "Yo conviví con el diablo", mencioné por primera vez que había tenido problemas con las drogas, especialmente con la cocaína.
La verdad es que lo conté porque quería destapar un poco todo lo que se había construido alrededor de mi imagen: el modelo argentino que triunfó en Estados Unidos, el Latin Lover incansable... En ese momento, no había muchos hombres argentinos afuera todavía, era algo muy acentuado. Y sentía la necesidad de mostrar que detrás de esa fachada había otras realidades.
No lo hice para que la gente perdiera la ilusión sobre mí o sobre el sueño que uno puede tener, sino para mostrar que, más allá de lo que se ve y parece perfecto, existen temas muy duros como las adicciones, que son algo terrible.
Después, hace poco, me hicieron una nota para otro medio, cuando ya estaba en la etapa de externación de la Fundación Eira. La nota se publicó, pero sinceramente, nunca la vi. Solo con saber que se había publicado, entré en una crisis tremenda.
Ese día tuve un ataque de pánico. Quise desaparecer. Pensé: "Si todavía me queda alguna posibilidad de hacer algo laboral, no como modelo sino en cualquier otro ámbito, esto es tierra quemada en mi país." Pero al mismo tiempo sentí que hacer esa nota también fue una manera de agradecer a la gente que me ayudó.
Así que bueno, ahora que ya pasó un tiempo, puedo decir que decidí ponerle el pecho. Salí a enfrentar la crisis que me generó esa exposición. Y sí, hablé de las drogas, del alcohol... que fue lo último que me tocó atravesar. Pero bueno, van de la mano las dos cosas.
- ¿Qué te motivó a buscar ayuda y cómo fue el proceso de recuperación?
- La verdad, sinceramente, la motivación para buscar ayuda la tuve desde el inicio, cuando empecé a darme cuenta de que había un problema. Eso fue a mediados de los 90. En ese momento, sí quise buscar ayuda, y estuve muchos años limpio.
Tuve alguna que otra recaída breve, alguna noche... pero pasé casi 24 años sin consumir drogas ni alcohol de forma continua. Aun así, aunque no consumía, mi estilo de vida no era del todo saludable: viajaba de un lado a otro, escapando un poco de mis propios problemas. No estaba bien, pero al menos no había recaído del todo.
Sin embargo, en este último tiempo no fue así. Me entregué. Literalmente me regalé al destino. Llegó un punto en el que dije: “Que sea lo que Dios quiera, o lo que el diablo quiera.” Le dije a mi mamá que quería morirme tomando, que no me molestara más.
Ella siempre estuvo. Me ayudó siempre. Me internó muchas veces en psiquiátricos. Y aunque parezca mentira, el cambio comenzó de una manera muy particular.
Yo estaba en un centro del que me sacaron, y el dueño de la Fundación Eira —donde terminé internado— fue quien me llevó. Me acuerdo que me llamó la atención que esa fundación tenía gimnasio, y como yo entrené toda la vida, pensé: “Bueno, tal vez ahí puedo empezar de nuevo.”
Al final, no fui yo quien pidió ayuda esa vez. Me ayudaron. Y eso fue el primer paso.

El rol clave de su familia y su nueva forma de vivir
- ¿Qué rol jugaron tus relaciones personales y familiares durante esos momentos difíciles?
- El rol de mi familia fue siempre muy importante, aunque fue cambiando con el tiempo. Al principio, cuando empecé a tener problemas siendo muy joven, ese rol era más bien de no intervención. Como yo siempre manejé mi vida solo, les pedía que no se metieran, que no me molestaran.
Les decía que tenía que aprender a convivir con mi enfermedad. Y si alguna vez veían que estaba consumiendo, les pedía que lo aceptaran así. Si querían compartir un fin de semana conmigo, sabían que yo iba a encerrarme en mi pieza a consumir cocaína. Así funcionaba en ese momento.
Pero con los años, todo cambió. El nivel de deterioro que sufrí, la cantidad de alcohol que consumía todos los días, hizo que el rol de mi familia pasara a ser vital. Empezaron a acompañarme desde un lugar de cuidado muy fuerte, muy cercano a los límites de la muerte.
Estuve en hospitales, neuropsiquiátricos, fundaciones... Y en ese camino, ellos estuvieron ahí. Aprendieron a acompañarme desde un lugar tranquilo, sin intentar controlar. Me conocen. Saben cómo soy. Y quizás ese también es otro rasgo de mi personalidad: necesito sentir que tengo espacio, libertad.
Por otro lado, en estos años viviendo por todo el mundo, fui formando una red de amigos muy amplia. Algunos se perdieron en el camino. Los que eran tóxicos ya no están: algunos murieron, otros terminaron en bancarrota. Para mí, el “tóxico con éxito” no existe. Nunca lo vi. Porque el malestar con el que yo convivía por culpa de la sustancia era real. Nunca lo disfruté. Lo padecí desde el primer momento.
Económicamente, emocionalmente y en lo familiar, todo se destruyó en algún momento. Pero hoy me rodea gente distinta. Gente que no consume. Al menos, eso creo. De drogas no tengo idea, pero si toman alcohol, lo hacen con responsabilidad. Eso es importante para mí.
Mi madre, como siempre, está presente. Me acompaña desde la calma. Y eso es lo que más necesito ahora: tranquilidad. Porque tengo una hija de la que quiero ocuparme, y hoy eso es lo que más me importa.
Una historia de luces, sombras y reconstrucción
- Actualmente, trabajás en la Fundación Eira. ¿Podés contarnos sobre tu labor allí y cómo llegaste a involucrarte en ese proyecto?
- En realidad, no trabajo formalmente en la Fundación Eira, pero sí me ofrecieron un trabajo y estuve muy involucrado durante un tiempo. Todo empezó cuando estuve internado allí por cuatro meses y medio. Durante ese período, uno de mis objetivos era recuperar mi estado físico. Nunca había engordado, pero llegué a pesar más de 100 kilos, y logré bajar 27. Iba al gimnasio todos los días, pero no tenía voluntad para mucho más.
Cuando llegó el momento de salir y empezar una vida afuera —alquilar un lugar, buscar trabajo—, dije: “No, no tengo fuerza de voluntad para eso, no tengo propósito de vida”. Sí quería seguir sin consumir, pero más allá de eso, no me sentía capaz de imaginar nada. No tenía inspiración, ni ideas, nada.

Entonces, Luis Marchioni, el dueño de la Fundación, me propuso quedarme. Me ofreció trabajar tres días por semana como operador. Pero yo le dije la verdad: no había estudiado para eso, y no me gusta hacer cosas para las que no estoy preparado. Le dije que no quería ser alguien que simplemente cumple horario abriendo una puerta, que eso me aburriría.
Ahí fue cuando le propuse algo distinto: encargarme del servicio de lavandería, que en ese momento estaba bastante desordenado. Le dije que quería ponerlo en orden, organizarlo. Y me dijo que sí. Así empecé a lavar la ropa de 130 chicos. Me ofrecieron pagarme, pero nunca acepté. Sentía que ya me habían ayudado demasiado, me habían becado, y esta era mi forma de devolver un poco todo lo que me dieron.
Con el tiempo, le tomé el gusto. Me levantaba temprano, trabajaba desde las 8 de la mañana hasta las 6 o 7 de la tarde, a veces hasta las 11 de la noche. También los sábados, a veces hasta los domingos. Hasta que encontré el ritmo, una técnica propia, y los días se hicieron más cortos.
Y sin darme cuenta, encontré un propósito. Algo que me motivaba, que me hacía sentir útil. Incluso cuando me operé de la rodilla y tuve que dejar de lavar, escribí en el grupo de la Fundación y les dije: “Encontré mi propósito sin buscarlo”. Y eso me ayudó a salir de la calle, de ese lugar de inercia en el que estaba.
Siento que esa fue una etapa importante, pero también aprendí que la voluntad se agota. Hay que renovarse. Todos necesitamos reinventarnos, buscar algo nuevo que nos motive, aunque estemos bien o estemos mal. Hoy no estoy trabajando ahí, pero me encantaría poder prepararme mejor para trabajar en un lugar vinculado a las adicciones. Ese sería el próximo paso.
- ¿Qué significado tiene para vos poder ayudar a otros que atraviesan situaciones similares a las que viviste?
- Ayudar a otros que están atravesando lo que yo viví siempre tuvo un significado muy profundo para mí. Incluso cuando todavía consumía, cuando estaba completamente atrapado por la cocaína —empecé a los 17 años—, ya sentía que quería evitar que otros cayeran en lo mismo.
Recuerdo que en mi departamento, en la calle Uriburu y Corrientes, venían amigos míos que estudiaban peluquería o carreras en la facultad. Ellos se sentaban conmigo mientras yo consumía, y les decía: “Esto no lo hagan nunca. Yo estoy atrapado. No puedo parar, no puedo dormir, la paso remal. Siento que me llama, que no puedo no hacerlo”.

“Sigo sufriendo, pero ya no convivo con el diablo”
Con el tiempo, fui entendiendo más todavía el valor de compartir lo que me pasó. Me acuerdo que allá por el 99 o 2000 hice una entrevista para una revista muy conocida. Se titulaba “Yo conviví con el diablo”. Fue una nota fuerte, muy honesta. Quizás no quedó como yo quería, pero tenía un mensaje claro.
Y hoy, más de 17 años después, ese mensaje sigue siendo el mismo. Yo sigo sufriendo, claro. No es que se termina todo de un día para el otro. Pero lo importante es que ya no convivo con el diablo. Y si puedo contar mi historia y con eso evitar que alguien más cruce ese mismo infierno, entonces todo el dolor vivido tiene otro sentido.
- ¿Tenés planes o proyectos futuros relacionados con la moda, o el activismo social?
Sí, tengo planes, pero no fueron grandes planes estratégicos. Son cosas que se fueron dando, que se van gestando con el tiempo. No sé cuánto podré llegar a generar, pero tengo claro que hay algo que puedo dar y quiero ponerlo al servicio de lo social.
Al principio no me interesaban las redes. No las usaba más que para subir alguna foto personal. Pero muchas personas me fueron insistiendo en que podría hacer algo más con eso. Y un día me senté a pensarlo en serio: ¿y si uso ese espacio para compartir contenido social, artístico y cultural?
"Mi idea es construir algo cuerpo a cuerpo, desde lo real. Vincular el arte, la cultura y la contención con la vida en la calle."
Me gustaría generar contenido fraccionado, con profundidad. Ir a los barrios, mostrar lo que pasa con las adicciones, pero no solo desde lo testimonial, sino con enfoques terapéuticos reales. No desde un lugar técnico —yo no soy terapeuta—, sino desde la experiencia vivida y sumando voces que sí puedan aportar herramientas.
También pienso en contenidos sobre gente en situación de calle, pero bien trabajados: no mostrar por mostrar, sino meterse de verdad, entender contextos, profundizar, aportar algo más. Me interesa vincular eso con comedores, con talleres, con personas que están haciendo cosas valiosas en distintos puntos del país.
Ya estoy en contacto con gente que hace teatro, talleres de pintura, música. Una chica en Mendoza, por ejemplo, que da clases en una fundación. Y yo desde mi lugar voy conectando a unos con otros. Me gustaría sumar fotografía, modelaje, cocina… todo lo que pueda contribuir. Todo cimentado, con sentido.
Lo que más me motiva es estar en el cuerpo a cuerpo. Poder ir, viajar, conocer. Lo hice muchas veces. Estuve en el Chaco, donde tengo una amiga que enseña a leer y escribir a chicos guaraníes. Me gustaría ir al sur, a provincias que no conozco todavía. Y también, por qué no, a otros países: Italia, Francia, España.
Desde chico me atrajo la fotografía. A los 13 años una amiga de mi mamá me enseñó a usar la cámara. Desde entonces quedó en mí esa pulsión artística. Por eso creo que mi camino es unir lo social con lo cultural, con el arte. Porque un país sin cultura ni educación, no tiene futuro. Y como siempre digo: “el país es de la gente para la gente”.
- Mirando hacia atrás, ¿qué le dirías al Daniel joven que comenzaba su carrera en el modelaje?
- Le diría al joven Daniel que aprovechara y disfrutara, porque la vida es una sola. También se lo diría a todos los que tienen en mente dedicarse a esto: que disfruten, que se cuiden, como en todas las cosas que uno emprende. Pero sobre todo, que viajen, que aprendan idiomas, que conozcan culturas y comidas diferentes. No tiene sentido dar vueltas por el mundo hablando el mismo idioma y comiendo siempre milanesa con puré.
- ¿Qué mensaje te gustaría compartir con quienes puedan estar enfrentando desafíos similares a los que vos superaste?
- Bueno, a quienes están por enfrentar desafíos similares a los que yo enfrenté en su momento en mi vida, les diría: primero, en el tema de las adicciones, que pidan ayuda. No se trata solo de dejar de consumir, no alcanza con hacer una maleta y mudarse a otro país como hice yo, porque eso es cargar con una mochila a todas partes. El problema no es solo la necesidad de consumir, sino trabajar la parte interior de uno mismo: mental, emocional y espiritual.
Yo todavía no creo en un Dios, estoy en búsqueda de un ser superior que sea ese soporte ideal que me acompañe toda la vida. Pero para cualquier tipo de búsqueda espiritual, hay que aplicar la gratitud diaria, agradecer que uno está vivo, no importa cómo se haya llegado a eso.
En cuanto a lo laboral, si te referís a eso, hay que ser consciente de las propias limitaciones y estudiar el mercado para focalizarse en algo concreto. Renovarse siempre es clave. A mí me interesa mucho más el contenido relacionado con la superación de adicciones, más allá de la fotografía.
Su libro, su verdad
“Durante la pandemia empecé a pensar que podía ser bueno escribir mi vida. Entonces me fui juntando con amigos que grababan lo que yo decía. Así junté un montón de hojas. Pero no estaban bien. Faltaba algo, no sé, como que no era lo que yo quería transmitir profundamente. Todavía no era mi verdad”, dijo el modelo.
Un día conoció en una galería de arte al escritor Alex Margulis, biógrafo de la cantante y venerada Santa Gilda y de Alex Freire, militante gay y símbolo de las luchas por el matrimonio igualitario. “Pegamos onda enseguida con Margulis. Le conté de mi proyecto. Pero en ese momento él estaba con mucho trabajo con el relanzamiento de su agencia y editorial y la cosa quedó en la nada. Este año volvimos a encontrarnos en la Feria del Libro. Y ahí prendió la idea de que él escriba a partir de lo que yo le cuente y lo que le conté a mis amigos. Ese punto de vista me encantó”.
Hoy Daniel Rossi forma parte de los autores de la Agencia Literaria Ayesha. “Yo no soy escritor. Pero que gente de la literatura confíe en mí es lo mejor que me pudo haber pasado. Por fin no me miran ni me hablan como un adicto en recuperación sino como una persona resiliente. Creo que tengo mucho para dar y el libro, el mensaje que estamos creando juntos va a ser un éxito”.
Fotos: Gentileza Raúl de Chapeaorouge.
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