Geraldine Koncar no solo lleva la moda en la sangre, sino que la vivió desde la cuna. Hija de Gabriela Capucci, referente histórica que abrió boutique en Avenida Alvear en los ‘60, Geraldine creció en un entorno donde el diseño era parte del día a día. Desde chica, su fascinación por los accesorios y la magia del vestuario artístico la llevaron a crear sus primeras piezas y a soñar con vestir escenarios.
“Me metía en el cuarto de mi mamá y me probaba todos sus aros, collares y anillos. Sentía que cambiaba, que me transformaba con solo ponerme un accesorio”, recuerda Geraldine, y esa intuición fue el puntapié para un camino que hoy la posiciona como una de las diseñadoras más solicitadas del pop argentino.
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- ¿Cómo nació tu pasión por el diseño y en qué momento decidiste convertirlo en tu proyecto personal, Gabriela Capucci?
-Mi pasión por el diseño viene definitivamente de mi mamá, Gabriella Capucci. Ella abrió su primera boutique en Avenida Alvear en 1962, y desde entonces la moda fue parte de mi vida cotidiana. En casa se respiraba diseño: no era raro llegar del colegio y ver a las mejores modelos de los ‘70 y ‘80 cambiándose para algún desfile que mamá organizaba en casa. Muchas veces, mi cuarto se transformaba en el backstage, y había vestidos de gala colgados por toda la casa.

- Desde chica, me fascinaban los accesorios. Cuando mamá se iba a un cóctel o me dejaba faltar al colegio, yo me metía sola en su cuarto y me probaba todo lo que encontraba en sus cajones: aros largos, anillos, collares de muchas vueltas… Sentía que al ponerme esos accesorios, mi actitud cambiaba. Me paraba diferente, actuaba más femenina. Ahí entendí el poder de un par de aros brillantes. ¡Era otra en un segundo!
Empecé a diseñar desde muy chica. Acompañaba a mamá a ver proveedores (faltaba bastante al colegio) y me volvía loca con los cristales y los canutillos de colores. A los 12 años, le propuse hacer collares estilo Chanel para vender junto con la ropa de su marca. Le encantó la idea y me puso a prueba… ¡Volaron! Todavía guardo un artículo de La Nación de aquella época que hablaba de eso.
Con el tiempo, armé una línea más “teen” para mis compañeras del colegio. Como yo iba al turno tarde, tenía amigas revendedoras en el turno mañana que vendían a comisión. Yo misma armaba los catálogos con fotos que revelaba, y las chicas hacían sus pedidos con papelitos numerados.

También diseñaba vestuario para las muestras de tap de la academia donde tomaba clases. Amaba el tap dance y era fan de los musicales de los años ‘20 a los ‘50. Me pasaba horas mirando películas de MGM o Paramount, y dibujando figurines inspirados en los trajes. Todo eso alimentó mi creatividad.
Y claro, mamá también nos inculcó el amor por la moda desde todos los frentes. Después de cenar, nos sentaba a mi hermana y a mí en el comedor con pilas de revistas que traía del kiosco del Hotel Alvear. Nos quedábamos hasta las dos de la mañana hojeándolas y comentando todo. También nos llevaba a los desfiles de la Fashion Week de Río, que en los ‘80 eran un espectáculo total: música, modelos, backstage... Viví ese mundo desde que nací.
Pero mi base, mi primer amor, es el dibujo y la pintura. Me especialicé en hiperrealismo, aunque nunca estudié formalmente. No sé de dónde salió esa habilidad, pero creo que es la mejor base que uno puede tener para diseñar: como el ballet para los bailarines. La pintura me enseñó sobre colores, luces y sombras, relieves y proporciones. Para mí, ahí empezó todo.
- ¿Recordás cómo fue ese primer acercamiento al mundo del vestuario artístico? ¿Cómo diste el salto de diseñar moda a armar looks para shows?
-El vestuario artístico me apasiona desde muy chica. Como te contaba antes, era fan de los shows de Broadway y de los musicales clásicos que alquilaba en VHS o compraba. Me los miraba una y otra vez, fascinada con el vestuario. Siempre sentí que ese mundo tenía algo especial. A diferencia de una colección de moda, el vestuario artístico te permite volar con la imaginación al 100%. Lo único que te limita es la comodidad y la practicidad: los artistas tienen que poder bailar, moverse o cambiarse rápido. Pero justamente, ese desafío creativo es lo que más me atrapa.

Mi primer trabajo profesional fue a los 16 años, cuando hice el vestuario para la obra Extraña pareja en Calle Corrientes, junto a mi hermana. Igual, antes de eso, ya venía armando el vestuario de los shows de fin de año de mi escuela de tap. Era como mi campo de juego, donde todo lo que imaginaba podía volverse real.
Después, como ya tenía mi marca y hacía colecciones de ropa y accesorios bastante locos y fuera de lo común, muchas estilistas venían a pedirme cosas especiales, raras o difíciles de conseguir. ¡Y eso era lo que más me divertía!
Así llegaron propuestas para los desfiles de Gente, los de Giordano, y también para cine (trabajé en varias películas, incluso en la de Francis Ford Coppola cuando filmó en Argentina), series y obras de teatro. Como además pintaba desde chica, me pedían que pinte a mano, borde, arme accesorios, intervenga prendas vintage... Y todo a contrarreloj. Pero como no tenía hijos ni marido, mi dedicación total era el trabajo. Sabían que si me llamaban, en dos días estaba todo listo. Y así fui abriéndome camino en ese mundo que hoy me sigue enamorando.

El arte detrás de cada look: bordados, texturas y mucho brillo
Lo que distingue a Geraldine es su capacidad para transformar prendas con bordados, brillos y detalles artesanales, siempre pensados para el escenario.
- Vestís a grandes referentes del pop como Lali, Tini ¿Cómo fue que comenzaste a trabajar con cada una de ellas?
- Con Lali y Tini empecé a trabajar a través de sus estilistas. Ellas ya conocían mi trabajo, porque había hecho desfiles o producciones puntuales, y cuando surgió la necesidad de un vestuario especial, me convocaron.

En el caso de Lali, estoy desde el primer videoclip que lanzó como solista, hace ya unos 13 años. Fue un trabajo muy especial, y desde entonces seguimos colaborando. A veces me piden algo puntual, pero otras me dan libertad total para crear un outfit desde cero, ya sea para un videoclip o para un show en vivo. Esa confianza es fundamental.
También trabajé con muchas artistas jóvenes del pop y creo que el "boca en boca" fue clave para que mi trabajo circulara. Hoy, además, las redes sociales te permiten mostrar lo que hacés y eso facilita que los vestuaristas te descubran y te llamen.
Para mí, la clave para sostenerse en este rubro es la responsabilidad y el profesionalismo. No me importa no dormir por días si eso significa llegar con todo listo y perfecto. He llegado a estar pegando piedras con la linterna del celular en pleno show en el Luna Park. ¡Una locura! Pero no podía permitir que quedara una piedra sin usar. Mi regla es: “¡Que brille a morir!”.
No soy de ofrecerme, nunca lo hice. Prefiero que me busquen. No por una cuestión de ego, sino porque si te llaman es porque confían en vos. Y esa libertad que te dan cuando creen en tu capacidad es lo que hace que mi cabeza vuele y pueda crear sin límites.

- ¿Qué significa para vos crear el vestuario de un show? ¿En qué te inspirás y cómo es el proceso creativo desde la primera idea hasta la prenda final?
- Crear el vestuario para un show es algo que me apasiona. En general, suelo ser el último eslabón de la cadena, salvo en los casos en los que armo el outfit completo desde cero. A veces me entregan las prendas ya cosidas y mi trabajo es “tunearlas” al máximo: bordar, agregar brillos, intervenirlas con todo lo que te puedas imaginar. Otras veces, participo desde el comienzo, aportando ideas y armando figurines con distintas opciones.
Una vez, por ejemplo, reciclé una pieza que había hecho para la tapa de un CD de Lali y también se usó en un videoclip con Thalía. Ese mismo diseño terminó convertido en una chaqueta que Lali usó en un show en el Luna Park. Me encanta que detrás de cada prenda haya una historia, muchas veces desconocida para el público, pero que suma magia al vestuario.
En estos proyectos, siempre hay un equipo grande trabajando y todos los roles son importantes. Generalmente, hay una bajada de línea estética en base al concepto general del show: la escenografía, las luces, el mood, la paleta de colores. Y desde ahí empieza todo a tomar forma.

La búsqueda de materiales suele ser lo más complejo, sobre todo porque son prendas que tienen que resistir una gira entera. Después del primer show, recién ahí podés respirar tranquila. Si funcionó, es un alivio. Y si hay que ajustar algo, lo corregís para que en el próximo esté perfecto.
5. Tus prendas se destacan por tener bordados, texturas, brillos y mucha actitud. ¿Cuánto hay de trabajo artesanal y cuánto de intuición a la hora de diseñar para el escenario?
- Crear el vestuario de un show es una de las cosas que más me apasiona. En general, suelo ser el último eslabón de la cadena, salvo cuando me toca armar el outfit completo desde cero. A veces me entregan las prendas ya cosidas y mi tarea es intervenirlas, llevarlas al extremo: bordar, agregar brillos, transformar cada pieza hasta que brille como se merece. Otras veces, me sumo desde el comienzo, proponiendo ideas, armando figurines y dando forma a un concepto.

Recuerdo, por ejemplo, una pieza que había diseñado para la tapa de un CD de Lali y que también usó en un videoclip con Thalía. Más adelante, esa misma creación se convirtió en una chaqueta para uno de sus shows en el Luna Park. Son esas historias detrás de escena las que hacen que cada prenda tenga vida propia, aunque el público no siempre las conozca.
El vestuario de un show siempre es un trabajo en equipo. Hay una bajada estética clara: escenografía, luces, colores, mood... y a partir de ahí, todo empieza a cobrar forma.
La búsqueda de materiales es uno de los desafíos más grandes, sobre todo porque se trata de prendas que deben durar toda una gira. Después del primer show recién podés respirar. Si funcionó, genial. Y si no, se ajusta y se mejora. Pero lo importante es que cada prenda esté pensada para brillar en escena.

Detrás de escena: caos, creatividad y mucha pasión
Contrario a lo que muchos imaginan, el backstage no es glamoroso, sino un espacio caótico donde se solucionan imprevistos a contrarreloj. “He llegado a pegar piedras con la linterna del celular en pleno show. No puede quedar nada sin brillar.”
- ¿Qué es lo más lindo de tu trabajo y qué es lo que más te desafía o estresa?
- Lo más lindo de mi trabajo es que sigo jugando. Hoy, a mis 52 años, hago lo mismo que hacía cuando tenía 12. Para mí, esto es como un juego eterno de chicos. A veces vienen amigas al taller con sus hijas y las veo desesperarse por abrir las cajas con materiales, fascinadas, armando pulseras y collares... Se transforman en nenas de 10 años. Y ahí pienso: “¡Wow! Yo vivo así. Hago esto 15 horas por día”.
Crear, dejar volar la imaginación, es sin duda la mejor parte. Y ni hablar del feedback que recibo: ver una pieza hecha por mí en la calle, o estar en la cola del súper y que la persona de adelante tenga una cartera que hice hace diez años... Es un flash. Esos momentos me llenan el alma.

Lo más desafiante, sin dudas, es el tiempo. Casi nunca hay suficiente. Pero aprendí a no estresarme: trato de planificar bien y no desesperar, porque si caés en eso, estás perdida.
También es un gran desafío cuando tengo que unir lo creativo con lo práctico. Por ejemplo, cuando hice los tocados gigantes para Analía Franchín en MasterChef, tenía que pensar que, además de impactar visualmente, ella iba a cocinar con eso puesto. Ese tipo de situaciones me obligan a pensar como si fuera casi una ingeniera. Son desafíos enormes, pero los amo, porque me sacan de la zona de confort y me hacen crecer.
- Si abriéramos tu costurero hoy, ¿qué encontraríamos adentro? ¿Tenés algún objeto que te acompañe siempre, como una especie de amuleto o herramienta favorita?
- No tengo un costurero fijo; más bien, armo uno diferente cada vez que voy a un show, desfile, set de cine o sesión de fotos, siempre acorde a lo que voy a necesitar. Soy bastante caótica y poco ordenada, pero justamente dejo que ese desorden me hable y me ayude a diseñar. Por ejemplo, una vez hice un tocado de novia con todos los materiales que se me habían caído al piso durante la semana.
Para shows y videoclips, no puede faltar la cinta bifaz, alfileres de gancho, abrochadora, pegamento, gomitas de pelo, agujas, hilos, pinzas y anteojos de aumento de varios niveles. Pero el objeto que llevo siempre, sin importar dónde ni cuándo, es una tijera gigante XXXL de sastre que perteneció a mi madre y data de los años 60. Con esa tijera corto hasta lo más pequeño, y me divierte ver la cara de la gente cuando me piden prestada una tijera y yo saco esa gigante… ¡es todo un espectáculo!

- ¿Sos esa amiga que siempre está con aguja e hilo en la cartera por si hay que salir al rescate?
- ¡No! ¡Jamás! Jajaja. Soy cero precavida en mi vida cotidiana fuera del trabajo. Si tengo que rescatar a alguna amiga que se le rompió algo, prefiero improvisar con una idea que se me ocurra en el momento. Una vez, en un casamiento, a una amiga se le rompió el vestido mini de lentejuelas justo en la parte de atrás, y agarré un mantel negro de la mesa de la barra y le armé una sobrefalda tipo pareo con un tajo de costado.
Yo, personalmente, jamás ando lookeada; por la calle suelo andar tipo homeless. En casa de herrero, cuchillo de palo es tal cual: si se me rompe la ropa, la dejo así. Soy obrera de otras mujeres, no de mí.

- Trabajás con mujeres que inspiran a toda una generación. ¿Qué sentís al ver a tus diseños vibrar en el escenario frente a miles de personas?
- La verdad es que soy súper exigente conmigo misma y nunca pienso: “¡Wow! 50.000 personas están viendo algo que hice”. Jamás. Para mí, lo importante es que todo salga bien y que el trabajo esté bien hecho.
Sé que lo que hago puede transformarse en tendencia o incluso copiarse en el merchandising trucho (ya me pasó), y eso es medio bizarro, pero no siento esa emoción típica de ver algo mío en un escenario. Siempre estoy más concentrada en notar los defectos. Soy terrible con eso.
- ¿Qué te gustaría que la gente sepa sobre el detrás de escena de tu trabajo?
- Creo que la gente piensa que es un trabajo súper glamoroso, y nada más lejos de eso. El detrás de escena es muy divertido, pero también muy caótico. Tenés bailarines por docena entrando y saliendo del camarín de vestuario, prendas que se pierden en el escenario y que hay que volver a armar urgente, costuras que revientan porque bailan súper fuerte, zapatillas que resbalan… En fin, todo tipo de imprevistos que tenés que solucionar mientras seguís tuneando outfits, pensando en todo lo que falta y manejando equipos para que todos tengan algo que hacer y se avance.

Además, hay anécdotas divertidas que la gente no tiene idea. En el último show de Lali, por ejemplo, tenía que ensuciarle un look a propósito, así que salí del camarín y me puse a refregar su top y pollera por la cancha de Vélez y las paredes de ladrillos. ¡Los guardias de seguridad me miraban pensando que estaba loca! También tuve que graffitear varios looks, así que hay palabras y frases que solo yo sé qué quieren decir. Eso me divierte mucho después, cuando lo veo en el escenario.
- Si pudieras soñar en grande, ¿a qué otra artista te gustaría vestir algún día?
- Michael Jackson. Obvio que es imposible porque ya no está, pero siempre fue mi gran inspiración. De chica hacía dibujos de él cambiándole los looks que tenía y creando outfits que yo le hubiese puesto.
Más que vestir a un artista en particular, mi sueño sería hacer el vestuario de un musical de Broadway, incluyendo las luces y la escenografía. Y ya que estamos, ¡también la coreografía de tap!
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