Se dieron la oportunidad de volver a amar justo a tiempo - Revista Para Ti
 

Se dieron la oportunidad de volver a amar justo a tiempo

amores random
Un nuevo capítulo de Amores Random, la columna de Alejandra Lanfranqui en la que nos habla de vínculos.
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El sol se empezaba a esconder en medio de la ruta aquella tarde de verano, cuando María y Horacio regresaban a la ciudad. Volvían radiantes de energía, con corazones sincronizados para amarse en tres vidas más. Los días en la playa, las caminatas mirando el mar, las noches de calor y encanto, habían coronado un capitulo maravilloso en una historia que pujaba por existir.

Llegaron a destino, Horacio dejó a María en la puerta de su edificio, sellaron sus labios con un beso tierno y Horacio partió rumbo a su casa. Hacía ya dos años que sus almas habían coincidido sin vueltas ni pretextos. Vivían ese amor, conscientes de la magia que los habitaba desde el día que se besaron suavemente, como sabiendo que tenían una vida entera para descubrirse.

No tenían prisa, los dos aceptaban las realidades del otro y, con una naturalidad inusual, acomodaban cada detalle minuciosamente para que, cuando los astros se alienaran, los universos de cada uno conectaran inadvertidos.

Hacía años que la mujer de Horacio estaba internada en una clínica sin esperanzas de recuperación. Luego del accidente cerebro vascular que había sufrido, nunca más recuperó la conciencia: su mirada había quedado perdida y su mente, en blanco. Lo único que la mantenía en el presente era su cuerpo débil tendido en una cama. Horacio la acompañaba desde el primer día de internación, la visitaba con sus hijas y nunca dejó de llevarle el ramo de jazmines que le traía cada viernes al volver de la oficina.  Su mujer aún respiraba pero una parte de Horacio había muerto.

Las hijas eran adolescentes cuando la vida les arrebató a su madre. Horacio quedó desbastado por el dolor y la impotencia. Sus días transcurrían tratando de sostener la rutina familiar y las almas rotas de sus hijasm atravesadas por el puñal de cada mirada perdida de su madre.

María tenía tres hijos que había criado sola a fuerza de trabajo y mucha valentía. El padre de sus hijos vivía en otro país y, alguna vez en el año, regresaba a visitarlos como si fuera un familiar lejano.

María y Horacio coincidieron en un evento de un amigo en común y, tímidamente, iniciaron una amistad que con el tiempo se transformó en un amor más profundo que la pena arraigada en el corazón de cada uno. Se atrevieron a la pasión, respetando la pena de las hijas de Horacio. Nunca sinceraron la relación entre ellos. Horacio seguía con sus rutinas, se ocupaba de su familia y de su mujer religiosamente. María nunca dejó su lugar de madre proveedora de tiempo completo y refugio incondicional de sus hijos. Sin embargo, siempre encontraban la manera de acercar sus mundos y compartir la vida con las luces y sombras de cada uno.

Con la complicidad de la madre de María organizaban salidas al cine con las dos familias. Sacaban entradas en la misma fila y se sentaban juntos con sus familias. Coincidían en recitales, cenaban en los mismos restaurantes tratando de conseguir mesas cercanas. Iban a festejos de los amigos en común con sus hijos. Eran felices con solo levantar la mirada entre la gente y encontrarse rodeados de sus retoños, compartir alguna sonrisa cómplice y, cuando la magia del destino hacía sus trucos, ser testigos de alguna charla inesperada entre sus propios hijos, aunque más no sea comentando algún detalle de ocasión.

Con el transcurso de los años, Horacio compró un departamento que le dio cobijo a la historia de amor menos pensada. Entre tantas sombras, la luz se abría camino y transformaba, por momentos, una realidad difícil en un cuento de hadas donde todo era posible e infinito cuando sus almas se encontraban.

El tiempo fue pasando, las hijas de Horacio terminaron sus estudios con honores, los hijos de María crecieron sanos y fuertes. Pero la mujer de Horacio mantenía su mirada viva y perdida en una clínica, a la espera de un milagro que no llegaba.

Un sábado por la tarde, yendo al campo de un amigo -en medio de una lluvia torrencia- Horacio tuvo un accidente en la ruta. Su auto volcó y quedó gravemente herido. Lo internaron en el hospital del pueblo más cercano, a la espera de una ambulancia que lo trasladara a la ciudad. El primer llamado que recibió en su teléfono fue el de María. Los médicos atendieron y le explicaron la situación. María llego al hospital con el hermano de Horacio. Aún no sabían si avisar a sus hijas. Horacio agonizaba. Sus hijas llegaron al hospital, a tiempo para despedirse. Entraron a la sala, lo tomaron de la mano, lo besaron en la frente, le dijeron cuánto lo amaban y se quedaron a su lado. Al tiempo, entró el hermano de Horacio, le hablo al oído y Horacio movió su cabeza en señal de aprobación.

El hermano de Horacio salió de la sala y les dijo a sus sobrinas que iba buscar a alguien. A los minutos, entró con María, que estaba afuera escondida en uno de los pasillos de la clínica.

Entraron al lugar juntos. María saludo a las chicas, se miraron y una de ella la reconoció de todos los eventos de amigos que habían participado juntos. María lloraba desconsolada y las abrazó a las dos. Horacio miraba ese abrazo y, con el hilo de existencia que le quedaba aún, esbozó una sonrisa. Siempre había soñado con ese abrazo de las tres, quizás tuvo que esperar demasiado para cumplirlo. Sin embargo, a partir de ese momento, su vida tenía el valor que merecía.  Horacio partió de la mano de todos sus amores, con la paz de haber acompañado hasta su último día a su mujer y la esperanza de haber dejado un legado indeleble en el corazón de sus hijas, para continuar su camino sin él.

María fue al sepelio de Horacio, acompañó amorosamente a las hijas y, cuando se estaban despidiendo para retirarse, la hija mayor se acercó y le dijo: "Gracias por haber hecho feliz a mi padre entre tanta tristeza, por respetar nuestros espacios, sos una gran mujer".  María, con los ojos desbordados de lágrimas, la abrazó y le dijo: "Tuviste al mejor papá del mundo. Siempre va a estar cuidándolas a ustedes y a tu mamá.  No se olviden de llevarle los jazmines de los viernes".

Fuente: Alejandra Lanfranqui es autora de "El día después del amor". De profesión abogada, descubrió que su verdadera vocación es escribir y se animó con su primera novela que ya es un éxito y en la cual nos invita a viajar por el amor.

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