Este martes 14 de octubre de 2025, Pedro cumple seis años. Una edad en la que los niños todavía creen que el mundo es bueno, que los adultos siempre vuelven y que las pesadillas se disuelven al amanecer.
Pero este cumpleaños llega con un silencio que no se explica. Su madre, Luna Giardina, y su abuela Mariel ya no están. Las mató su padre, Pablo Laurta. Él, el hombre que debería haber sostenido la infancia, fue quien la rompió en mil pedazos.
Dicen que Pedro vio cosas que ningún niño debería ver. Dicen que estaba cerca cuando todo pasó. Que vio algo. Que escuchó. Y que esa imagen —la del miedo con forma humana— se le pegó al cuerpo como una segunda piel.
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Y la complejidad emocional se agrava, ya que el niño habría presenciado, o estado muy cerca, del dramático arresto de su propio padre.
Este primer aniversario sin las figuras centrales de su crianza plantea interrogantes dolorosos para la familia que hoy lo acoge y para la sociedad que sigue su caso.
El niño perdió a su madre, la figura de apego primaria, y a su abuela materna, a quien la madre de Pablo, Estrella, describió como la "Abuela Beli", una figura de contención incondicional. Ambas eran el centro de su vida cotidiana.
Más allá del trauma por el doble crimen, la experiencia de presenciar el arresto de su padre agrega una capa de complejidad. Los expertos en psicología infantil señalan que la imagen de la figura paterna detenida puede generar una profunda confusión y angustia, activando el estrés postraumático.
¿Cómo explicar lo inexplicable?
Como mencionó su abuela paterna, Estrella, en una reciente entrevista, la principal preocupación es: “¿Cómo le explicamos? ¿Cómo cómo cómo se le explica a un niño algo así tan terrible?”
La madre de Pablo describió que, a pesar del aislamiento, el niño extrañaba a su papá. Ahora, ese vínculo debe ser procesado junto al conocimiento de que ese mismo padre es quien causó la tragedia.
Además, Estrella reveló que a Pedro le habían detectado recientemente un Trastorno del Espectro Autista (TEA). Este diagnóstico hace que el procesamiento del trauma sea aún más complejo, ya que la necesidad de rutinas, predictibilidad y contención emocional se vuelve vital ante un quiebre tan brutal de su realidad.
Pedro cumplió seis años. Nadie se atreve a cantarle el “feliz cumpleaños” muy fuerte.
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