Como bien se sabe, desde el primer momento de su pontificado el papa Francisco practicó la austeridad. Como jesuita, Bergoglio siguió las pautas de San Ignacio de Loyola.
Ya desde su vestidura papal se diferenció de sus antecesores, ya que había renunciado a todos los componentes rojos del hábito tradicional del Santo Padre: la muceta, los zapatos y la estola pastoral. Prefería vestir todo de blanco, con un hábito sencillo sin demasiados adornos.
Esa misma sencillez la practicó en la elección de su residencia y en los hábitos que desarrollaba allí dentro.
Casa Santa Marta: historia de un refugio
En lugar del Palacio Apostólico Francisco, Francisco eligió vivir en la Casa de Santa Marta (Domus Sancta Marthae) y fue allí también donde dio su último aliento.
Un edificio con historia que tuvo varios usos: fue construido bajo el pontificado de León XIII para albergar enfermos de cólera durante la epidemia de 1881. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, Pío XII lo utilizó para refugiar a judíos perseguidos.
En 1996, Juan Pablo II ordenó hacerle reformas y le dio su fisonomía actual. Lo transformó en el hotel del Vaticano, y fue desde aquel entonces utilizado principalmente por obispos y clérigos visitantes. Durante los cónclaves, los cardenales también se alojan allí.
La Casa Santa Marta tiene cuatro plantas y 129 habitaciones, incluyendo suites, habitaciones dobles y un apartamento. Su entrada está en un subsuelo debido al desnivel natural de la colina vaticana. Allí trabajan unas 70 personas.
Asimismo, cuenta con varios salones para reuniones que el papa seleccionaba en función de la cantidad de invitados a recibir. De hecho, mientras pudo practicaba la misa en la capilla que tiene la residencia pero, con el deterioro de su salud, lamentablemente, debió dejar de oficiarlas públicamente.
Cómo era la rutina del Papa Francisco
Dicen quienes lo conocieron que Francisco disfrutaba mucho de estar en su casa, donde trataba de concentrar la mayor cantidad de actividades que podía. Hasta que su salud de lo permitió, trataba de manejarse con independencia. Luego, contó con un grupo de colaboradores de suma confianza, quienes lo asistían en todo momento.
Francisco era un hombre que, dentro de lo que se lo permitía su ocupación, llevaba a cabo la misma rutina. Se levantaba a las 4:45 de la mañana, se vestía y se afeitaba solo, lo consideraba algo personal.
Tras la meditación y lectura de la liturgia, se dirigía al salón comedor para el desayuno. Sin reservar mesa, se sentaba allí entre huéspedes que estaban alojados en la casa u otros invitados. Eso sí, no se permitía tomar fotos.
En ese lugar, se sirve café, agua, jarras de leche y jugo en una mesa y en otra, jamón cocido o crudo, y queso en fetas.
En sus primeros años, cita el periodista de Infobae Gerardo Di Fazio, desayunaba galletas sin sal, un yogurt descremado y café, mientras el comedor estaba a cargo de las monjas de la Orden de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.
Solía tomar mate si lo convidaban. Y dicen que donaba los paquetes de yerba y tarros de dulce de leche que recibía de regalo, porque solían ser numerosos.
Los destinaba a diferentes hogares de niños, hospitales o también a comedores de la orden a la que pertenecía la madre Teresa de Calcuta.
Su jornada continuaba con audiencias, encuentros y visitas. Dependiendo de la agenda, recibía jefes de estado, primeros ministros, políticos, y audiencias con obispos y cardenales de todo el mundo.
En el mismo comedor almorzaba, bajo la modalidad de un buffet de autoservicio. Se sentaba a almorzar con quienes había invitado, era alguien que disfrutaba de pasar su tiempo con gente común. El menú solía consistir en platos típicamente italianos, donde no podía faltar la pasta o la sopa. Además de postres, como el tiramisú o la panna cotta, seguidos por frutas de estación y el típico café ristretto.
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Una habitación sencilla y un descanso breve
Tras el almuerzo, se retiraba a descansar alrededor de media hora. El papa tenía una habitación sencilla que era, al principio, en la 201. En los últimos tiempos también dispuso de un estudio situado al lado, equipado con un sillón y un escritorio de madera, que conservaba un icono de la Virgen y una imagen de "San José durmiendo" a la que le tenía mucho afecto y cuya réplica envió, de regalo, a la basílica San José de Flores.
La habitación está equipada con dos armarios, una heladera, un aparador y un pequeño sillón para invitados. Cuenta con una cama individual de madera, una silla y un perchero. Hay un baño con ducha y un espejo de madera blanca.
La cena transcurría de una manera similar al almuerzo. Luego, la hora de irse a dormir no superaba las 20.
Hasta sus últimos días mantuvo este nivel de sencillez y cercanía con las personas. Un hombre que supo ser el ejemplo que lo que solía predicar.
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