Cuando pensamos en crisis económica solemos imaginar bolsillos vacíos, incertidumbre laboral o la angustia de llegar a fin de mes. Pero pocas veces nos detenemos en cómo ese escenario repercute en la intimidad de las personas. La falta de recursos no solo tensa la convivencia, también impacta en el deseo y en la manera en que buscamos alivio frente al malestar.
Y es ahí donde aparece un fenómeno que sorprende: en tiempos de crisis, las cifras de infidelidad tienden a crecer. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué relación puede tener el dinero con el amor y con el deseo?
Las crisis económicas, además de imposibilidades concretas nos provocan una sensación de incertidumbre constante, no solo sabemos que no llegamos a fin de mes, sino que no sabemos qué va a pasar el mes siguiente y poco a poco, perdemos la posibilidad de planificación, todo esto incrementa la ansiedad, el malestar y la sensación de vacío.
La ansiedad podemos definirla como un pensamiento insistente sobre algo negativo que ocurrirá en un futuro, cuando esto persiste, comienza a acumularse angustia y frente a la angustia, el sujeto busca salidas sintomáticas; en este sentido, la infidelidad puede aparecer como un intento de descargar tensión o recuperar vitalidad.
Por otro lado,en momentos de restricción, lo prohibido adquiere más valor. El deseo siempre se dirige a lo que falta; y en la escasez económica, esa falta se vuelve más intensa.
Las parejas se tensan porque la economía atraviesa la vida cotidiana y la erosión del proyecto común puede hacer que cada uno busque gratificaciones fuera del vínculo.
Aristóteles decía,cuando la philia se basa solo en la utilidad, al perderse los recursos también se pierde parte del lazo.
Cuando la crisis económica golpea, muchas personas sienten que han perdido el control de sus vidas: no eligen cuánto pueden gastar, ni qué proyectos sostener, ni siquiera cómo organizar su día a día.
En ese contexto, una aventura amorosa puede vivirse como un espacio de ilusión de libertad: allí se recupera momentáneamente la sensación de elegir, de decidir, de volver a ser deseado. Es una manera —aunque transitoria— de sentirse vital y con poder en medio de un escenario donde todo lo demás parece limitación.
Vivimos en sociedades de consumo donde el placer inmediato es presentado como una necesidad básica. Aunque estemos en crisis, la publicidad y la cultura siguen empujándonos a 'no privarnos de nada', a buscar experiencias rápidas que den satisfacción instantánea.
Ya no solo debemos producir, también debemos disfrutar, mostrarnos felices y deseables. El problema es que, cuando los recursos económicos escasean, esta exigencia no desaparece, sino que se desplaza hacia otros terrenos, como los vínculos afectivos y sexuales. Así, una infidelidad puede convertirse en una forma de responder a ese imperativo social de gozar, aun cuando alrededor todo se perciba en ruinas.
Sin dudas, la infidelidad no es causada directamente por la crisis, pero la crisis abre el escenario para que ciertas pulsiones –que en condiciones más agradables permanecen reprimidas– se activen.
Como diría Nietzsche, “el hombre es el animal que promete”; y cuando la promesa se quiebra, lo que se revela es también la fragilidad de nuestra manera de amar.
Fuente: Jacqueline Orellana Rosenberg, psicóloga y psicoanalista, especialista en vínculos y terapia de pareja, sexóloga.
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