#AmorEs: Ella era de familia noble pero renunció a su título nobiliario por él – Revista Para Ti
 

#AmorEs: Ella era de familia noble pero renunció a su título nobiliario por él

Hoy nace una nueva sección en Para Ti, donde daremos a conocer historias de amor verdaderas, con personas reales como protagonistas. La primera es de finales del 1800 y llega hasta nuestros días.

María era refinada y había recibido la mejor educación: sabía coser, tejer y bordar. También se daba mañana para algunas tareas domésticas, como darle las indicaciones al personal de cómo llevar adelante una casa. Es que pertenecía a una familia de la aristocracia rioplatense que vivía en una casona, en Montevideo, y las mujeres de alcurnia de esa época no estaba habilitadas a tener demasiadas pretensiones.

Había nacido en 1884 en Uruguay, en el seno de una familia que descendía del Virrey Joaquín Del Pino -quien era su bisabuelo-, ese mismo al que Carlos IV había encomendado la tarea de representarlo en los territorios coloniales de España que luego, a fuerza de revoluciones, lograron independizarse de la Madre Patria.

María tenía el destino marcado casi desde el momento en que nació: convertirse en una "señorita" con la gracia suficiente para conseguir el marido adecuado que la convirtiera en madre y, así, poder darle los descendientes a su familia de alcurnia.

Cuando cumplió 15 años ya había llegado a la altura que tendría el resto de su vida: 1,65 metros, delgada, de rasgos delicados y con la piel blanca como la nieve. Tenía el pelo castaño claro, lacio, pero con un flequillo caprichoso que le coronaba la frente con un par de bucles. Sus ojos verdes iluminaban su rostro y tenía un carácter afable que la hacía llevarse muy bien con todos. Quizás para la época era demasiado risueña y disfrutaba de aliarse con sus dos hermanos menores para jugarle bromas a Zuma, la mulata que los había criado y a quien adoraban casi como a su madre.

Ya vestía como adulta y era invitada a las reuniones en las que podía aparecer algún "candidato" casamentero previamente aprobado por su padre, claro. Ella asistía sin objeciones, aunque internamente, lo hacía de mala gana: detestaba los señores mayores con ropa que olía a humedad y tabaco que hacían gala de sus negocios, mientras comían sin cerrar la boca y mostraban malos modales. Casi todos los que la pretendían se ajustaban a este perfil que ella consideraba "odioso", aunque jamás se lo comentara a nadie. En ocasiones, lloraba a solas, pensando el destino que ya tenía configurado para lo que debía ser su vida.

"María dejó su bordado y tomó la botella de vino para cumplir con el pedido de su madre. Entró después de pedir permiso y, cuando vio al joven que hablaba con su padre, se quedó tiesa como una estatua".

Una tarde su padre estaba en la sala principal de su casa reunido con un hombre joven, quien había solicitado verlo para proponerle un negocio. Don Pedro Del Pino aceptó el pedido más por curiosidad que por otra cosa. Era muy reticente a las nuevas ideas y a quienes se habían hecho ricos por sus negocios y no por la herencia de sus antepasados.

Doña Carmen, la mamá de María, le encomendó que les acercara una botella del vino más fino que tenían en la bodega: la señora de la casa tenía fama de ser una gran anfitriona y no se fijaba demasiado en el origen de sus invitados, no podía permitir que nadie saliera de su casa y dijera que no se lo había recibido como un rey.

María dejó su bordado y tomó la botella de vino para cumplir con el pedido de su madre. Entró después de pedir permiso y, cuando vio al joven que hablaba con su padre, se quedó tiesa como una estatua. Le daba un poco más de 20 años, vestía elegante pero no por demás, con el pelo ensortijado y de un color oscuro que destacaba sus ojos verdes... su piel parecía bronceada por el sol. Ese primer encuentro duró unos segundos que para la joven parecieron horas, porque no perdió detalle de la imagen de ese hombre que le había robado el corazón. Al verla nerviosa, él esbozó una sonrisa y le preguntó qué era lo que les había traído. La joven dejó la botella sobre la mesa con dedos temblorosos y se retiró.

"María y Juan se casaron en la Parroquia de San Francisco de Asís un domingo soleado de abril y un lunes tomaron un buque con el que cruzaron el Río de la Plata".

Los días fueron pasando y su mente no se apartaba de aquel momento. El joven, Juan, le había caído de maravillas a su padre y se había convertido en un visitante regular de la casa. Don Pedro había, finalmente, aceptado hacer negocios con él y estaba la posibilidad de viajar a Buenos Aires, donde muchos rubros florecientes permitían hacer grandes planes.

Pero, lamentablemente, la muy buena relación entre los futuros socios hizo añicos el que hubiera sido el día más feliz para María. Es que ella no había sido la única que se había enamorado a primera vista y Juan la quería convertir en su esposa. Entonces una tarde, mientras le contaba a Don Pedro todo lo referente a su próximo viaje, le pidió la mano de María con el mayor de los respetos. Nunca hubiera imaginado la respuesta del hombre quien, además de negarse rotundamente, le explicó que no viviría para ver a su hija desposarse con alguien sin alcurnia. De inmediato lo invitó a retirarse y dio por finalizada la relación con quien ya no sería su socio.

Aquella noche le contó lo sucedido a Doña Carmen, mientras María simulaba que bordaba envuelta en un mar de lágrimas. Zuma, desde la cocina, sabía bien lo que estaba sucediendo. Y fue por eso que no dudó en aceptar el pedido de "su niña" cuando le pidió que le llevara una nota de su parte a Juan en la que ella aceptaba su propuesta y le pedía que luchara por su amor.

Y así lo hizo Zuma al día siguiente. Entonces Juan se presentó en la casona de los Del Pino dispuesto a darlo todo por María. Don Pedro no cambió de opinión. Doña Carmen miraba hacia abajo y María estaba envuelta en un halo de impotencia que la hacía clavarse las uñas en las palmas de las manos. Juan ofreció dinero y todo lo que estuvo a su alcance para convencerlo, pero no hubo caso: nada podía hacer para cambiar su origen "orillero" y su falta de alcurnia, sus descendientes estarían relegados de la familia y Don Pedro no podía permitirlo.

Todo cambió cuando María, furiosa pero convencida de lo que estaba por decir, afirmó con el hilo de voz que pudo hacer brotar de su garganta: "Renuncio a mi dote y a esta familia". Apenas terminó la frase, a Doña Carmen se sintió desmayar, mientras Don Pedro tenía la cara desencajada, porque sabían que María no daría un paso atrás.

Desde aquella tarde los Del Pino, resignados, accedieron a ayudar con los preparativos de la modesta boda, que se celebraría el domingo después de la misa. Al día siguiente, los recién casados partirían a Buenos Aires a vivir una vida nueva juntos.

Y así sucedió. María y Juan se casaron en la Parroquia de San Francisco de Asís un domingo soleado de abril y un lunes tomaron un buque con el que cruzaron el Río de la Plata. Se convirtieron en padres al poco tiempo: primero de Francisco, en honor al santo del lugar en el que sellaron su amor ante Dios. Se transformó en un hombre trabajador, honesto y sensible con grandes cualidades para hacer arte con la madera. Luego llegaría Juan, el menor, quien tomaría los hábitos y llegaría a los altos mandos de la Iglesia Católica.

Hoy en día no se sabe bien qué sucedió con Don Pedro y Doña Carmen, si sus hijos formaron las familias aristocráticas a las que estaban predestinados y si hay descendencia al otro lado del "charco". Sí se puede dar fe que la familia que inauguraron Juan y María continuó dejando sus frutos y hoy hace posible que se conozca su historia de amor: el apellido de Juan era Bocalandro, el mismo de quien escribe.

Nota: Si querés contar tu historia de amor, o aquella que marcó tu vida, podés hacerlo escriendo a [email protected].

Más información en parati.com.ar

 

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